LOS MAMPORRAZOS DE BUD SPENCER.

Bud no era americano y muchos no lo sabíamos. Ni Terence Hill. Ni el oeste era solo el de las pelis de los yankees, ni nosotros éramos unos cincuenteañeros.

El cine cumplía en aquella adolescencia la misión de entretener con películas de acción. En aquella transición anterior a nuestro verano azul, el espagueti western del mamporro y tente tieso nos procuraba a los chicos esparcimiento y no perder la conexión con nuestro amigo el cine.

Cine menor, de andar por casa, de pipas, de cines entrañables de barriada, de los primeros besos y de las tremendas ganas de ser felices dejando en la lona al tabú de la no libertad. Sencillamente, volar ...

La adolescencia. Nada de complejidades en el recreo. Cuando llegaban los malos,aparecía el gigante Bud Spencer, les soltaba un caponazo y todos al suelo. Solucionado. Me admiraba la fortaleza del impacto definitivo. El castigo cómico y simplón que mandaba a los no éticos a dormir. Los mamporrazos de Bud Spencer eran el icono de nuestro deseo. Rivalizar no era fácil. Era cuestión de sacar el músculo e impresionar.

Spencer era italiano y un gran atleta de la natación sin que lo sospecháramos. E incluso se nos pasaba por alto que en las películas no moría nadie, y que los mamporros eran exhuberantes pero inocuos. Aquella mágica babia y también nostágica, permite que pueda volver al conocer de su muerte que todo era desenfadado y familiar en aquel contexto tan distinto. Bud era un actor malísimo, y su ternura era el mamporro, y su sonrisa de niño confiado la nuestra.

Volver al atrás con placer siempre es bueno. Esa nostalgia positiva. Spencer murió de mayor. La ley de vida. El paso del tiempo. Lo inevitable. Aquellos años que jamás podrán volver. Y la gran lección es que tal vida seguirá imparable e inaplazable, y que solo nos detendremos lo justo y necesario para pensar, y que el camino y el crecer son algo tan básico para darle autenticidad y categoría a los puntales del presente de indicativo.

-Y LO QUE NOS REIMOS CON LOS PUÑOS DE BUD-