Con tal de no estar solos
andamos con locos,
con idiotas y borrachos,
con mujeres vacías y gente de moral dudosa.
Mentimos a los padres, juramos en vano,
entregamos la piel
y comprometemos nuestros
sueños.
Cruzamos la calle a ciegas
con el primero que nos da la
mano.
Con tal de no estar solos montamos una gran farsa
a la que llamamos AMOR (así, con mayúsculas)
Sacando conejos muertos de una chistera,
barajando con trampas nuestras cartas
y haciendo trucos malos con espejos,
para no darnos de bruces
con la realidad y alejar de
nosotros
el miedo a estar solos.
Porque, con tal de no estarlo,
o de no parecer que lo estamos,
pasamos hambre,
despilfarramos dinero,
oímos sin escuchar,
abrazamos sin abarcar
y nos convertimos
en autómatas desesperados,
olvidando lo hermoso que es
sentarse a esperar a que las
cosas,
sencillamente, sucedan.
El olor a jazmín de las noches de verano
y el hallazgo inesperado de lo auténtico,
que nos ha de encontrar desprevenidos, despojados de artificios,
desarmados y tranquilos.
Liberados de todo lo que pesa
y esclavos de lo vaporoso,
lo ingrávido.
Dejarse llevar…
Pero con tal de no estar solos ni siquiera un momento,
seguimos buscando y seguimos fingiendo.
Maquillamos lo que se ve, y lo que no también,
por temor a que descubran nuestros defectos
y la fragilidad que se esconde tras ellos.
Nos apremia el desamparo,
la angustia y la prisa…
de modo que nos devora la noche
y nos sorprende el día
casi siempre en el lugar inadecuado,
donde un incómodo silencio
(y un dolor en el pecho)
nos reprochan una y otra vez
todas esas tonterías que
hacemos,
unos y otros, ahora y siempre,
con tal de no estar solos.
.
<--[if supportLineBreakNewLine]-->
<--[endif]-->